Las palabras de Jesús a sus discípulos invitan a tener valentía, confianza y buen ánimo en los momentos duros y difíciles de la vida y más cuando se viven persecuciones. La insistencia está en la palabra NO tener miedo, porque en el fondo está garantizando la asistencia divina, la angustia y el miedo no son motivos para negarse a la proclamación del Reino de Dios.
La amargura y la adversidad forman parte del seguimiento. El evangelio que se anuncia como llegada del Reino de Dios, nada ni nadie podrá contra él. El espíritu, la libertad y la vida que habita en el interior del evangelio no podrá ser neutralizado, aunque le quiten la vida de quien lo proclame.
El discípulo tiene como base la confianza inquebrantable en Dios a quien reconoce y lo llama Padre. Si el Padre cuida de los pájaros más pequeños e insignificantes ¿Cómo no va cuidar del hombre que proclama su Reino?
Las últimas palabras del texto Mt. 10,26-33, desembocan en el momento definitivo, al juicio final, porque lo suceda en el momento de la persecución será de igual forma en el juicio. Quien proclame a Jesucristo hasta el final, igual lo hará el mismo Jesús con el proclamador, quien sea vencido por el miedo aun conociendo la verdad encontraran en Jesús un acusador.
La
gran advertencia es que, si no tenemos un amor fuerte y una fe firme,
fácilmente la vida queda atrapada en diferentes miedos donde el arriesgar es
mínimo porque se vive en pequeños espacios de felicidad, reducida posición
social que no se quiere perder; da miedo hacer el ridículo, confesar y luchar
por auténticas convicciones.
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