El texto que leemos hoy en el evangelio de
Mateo, que sigue al relato de la multiplicación de los panes, se centra en la
narración de la barca en medio de la tormenta. Su lectura me provoca las
siguientes reflexiones:
1. Jesús mandó que subieran a la barca.
Algunas traducciones dicen que les “apremió”, es decir, que casi los forzó a
que subieran a la barca para ir a la otra orilla del lago. Después de un éxito
fantástico (la multiplicación de los panes), cuando la tentación podía ser la
de “dormirse en los laureles”, Jesús sube al monte solo (para encontrarse con
el Padre) y obliga a los discípulos a ponerse en marcha hacia otro lugar, sin
quedarse en la autosatisfacción de lo conseguido. Por eso el papa Francisco
interpreta tan bien a Jesús cuando nos invita a salir de nosotros mismos, de
nuestras metas ya conseguidas, para ir siempre más allá, superando una y otra
vez las fronteras personales y comunitarias.
2. El viento era contario. Cuando los
discípulos obedecen y suben a la barca para buscar nuevas fronteras, se
encuentran con que el “viento es contrario”, el camino se hace peligroso,
aparece la posibilidad del naufragio y del fracaso. Cuando estaban en la parte
del lago que ellos dominaban (donde habían participado en la multiplicación de
los panes), quizá llegaron a creerse importantes y poderosos; ahora, en medio del
mar de la vida, sienten la rebeldía de la realidad que no se amolda a sus
deseos. Y llegan a dudar y a tener miedo. Los discípulos hacen la experiencia
de su fragilidad.
3. Ánimo, soy yo, no teman. En esa situación
de duda, de fracaso, de conciencia de los propios límites, Jesús se hace
presente con una frase que identifica a Dios presente en toda la historia de la
salvación: “Yo soy”, es decir, yo estoy aquí para ustedes, yo estoy aquí. Y,
cuando Dios acompaña a su pueblo, se superan todas las dificultades, se alcanza
la “otra orilla”, la tierra prometida; se inicia una nueva vida.
4. Pedro cree, pero duda y finalmente agarra
la mano de Jesús. Pedro, como los otros discípulos, primero piensa que Jesús es
un fantasma; luego cree y se lanza al mar, para volver a dudar y, finalmente,
gritar: “Sálvame”. La experiencia de Pedro nos representa a todos nosotros:
creemos, dudamos y lanzamos un grito de ayuda. Es así como vamos creciendo en
la fe y vamos avanzando hacia nuevas fronteras de nuestra vida, aunque el mar
se ponga bravo y el viento sople en contra.
Frecuentemente el Señor nos empuja para que
no nos contentemos con lo que tenemos (humana y espiritualmente), sino que
busquemos siempre nuevas metas y posibilidades. No nos dice que será fácil el
camino, sólo nos asegura su presencia y nos pide que creamos en su Palabra.
P. Antonio Villarino
No hay comentarios:
Publicar un comentario