Amigos(as) y
Hermanos (as), permitente por un momento narrar la palabra de Ba 5,1-9.
Estamos en el
segundo domingo de Adviento, damos un segundo paso en la que se nos invita
preparar la venida de Dios desde la justicia, la bondad y la verdad. Urge en
este segundo domingo del adviento dejar las vestiduras de luto y aflicción, y
vestirnos para siempre con el manto de la justicia de Dios “en la paz,
en la justicia, en la gloria y en la piedad”
En adviento
hay que limpiar la mirada y contemplar más allá de los límites para
encontrarnos con los hombres y mujeres del oriente y occidente que "son
escoltados con la misericordia y la justicia de Dios" (Cf Fil 1,4-6.8-11).
En adviento
hemos de ser memoriosos en dar gracias a Dios por tantos hombres y mujeres que
han dado toda su vida por el evangelio, y nos resta eso amarlos “con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús” (Cf
Fil 1,4-6.8-11).
En adviento
hemos de ser agradecidos, para escoger siempre lo mejor que hemos vivido
en fraternidad y humanidad, y así llenos “de los frutos de la justicia” participemos
de la gloria y alabanza de Dios en
Cristo Jesús.
Ahora bien
retomando el evangelio de Lc 3, 1-6 nos ofrece una
imagen muy elevada del Bautista y sobre todo en su mensaje que es de penitencia
y conversión. Esta predicación está situada en un marco histórico de
dos coordenadas la civil: el cesar, el procurador, los distintos tetrarcas, y
la coordenada religiosa: los sumos
sacerdotes del momento.
En el marco
de los poderes políticos y religiosos “vino la palabra de Dios en el desierto
sobre Juan hijo de Zacarías”. No se dice geográficamente la localización de la predicación
de Juan el Bautista, habla de manera genérica de la comarca del Jordán, y la
referencia al desierto es simbólica, indicando que es lugar de conversión y
encentro con Dios, me atrevo a decir que ese lugar será en las palabras de Juan
el Bautista. Dios se encuentra en la historia y cruza su palabra con las
palabras de los hombres.
Juan el
Bautista es un hombre que no pertenece a ninguna jerarquía, no tiene dinero, no
posee un poder ni autoridad alguna sobre la sociedad, pero es el único que
escucha la palabra que trae el viento del desierto y se hace portador de la
misma. No se impone, solo indica que debemos hacer: preparen el camino del
Señor. Este camino es también camino de las mujeres y hombres que junto a Dios debe ser recto, derecho y allanado, es decir un camino digno de los que son
imagen e hijos de Dios.
En nuestra realidad hemos hecho de la vida senderos tortuosos y ásperos que no son la caminos de Dios sino más bien calvarios de vida. Estos senderos tortuosos y ásperos surgen porque no somos capaces de entablar relaciones de amor y amistad.
No basta con
cambiar el interior; el camino y los senderos que hace mención Lc 3,1-6, es a
algo que tiene relación con todos, a un
mundo nuevo, a una nueva sociedad, al Reino de Dios. No se puede ver la
salvación sino hay conversión, si no hay cambio, si no hay praxis concreta del
compartir y la solidaridad con los más pobre y empobrecidos de nuestra historia
aquí y ahora.
!Hasta pronto
amigos y amigas online¡
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