Texto Jn 20,19-23
En
un primer momento la fiesta de pentecostés
en el pueblo de Israel, era una fiesta agrícola (cf. Ex 23,16: 34,22).
Después paso a hacer una fiesta patria o histórica: en ella se recordaba la
fiesta de la promulgación de la ley del Sinaí.
Cuando
llegaba el día de la fiesta de Pentecostés los judíos que estaban fuera volvían a
Jerusalén para celebrar pero no para
quedarse.
El
libro de los hechos de los apóstoles, nos narra que el día en que era celebrada
esta fiesta acontece la llegada del Espíritu Santo. Los hombre y mujeres que
estaban en el cenáculo estaban reunidos, temerosos y sin saber que hacer. Sera
el Espíritu prometido por Jesús que hará estos hombre y mujeres en testigos
cualificados para proclamar que el Reino de Dios a llegado y se hace presente
en Jesús.
Cuando
nosotros a 21 siglos después celebramos esta fiesta, asumimos que en Jesús
encontramos el primer fruto definitivo del Reino de Dios, celebramos que Jesús
es la ley máxima de Dios: tanto amo Dios al mundo que entrego su Hijo. Y desde
Jesús asumimos lo mas genuino del resucitado ser también primicia para este
mundo y ley echa carne en el mandato del maestro: amar, perdonar y servir.
De Jesús
recibimos el don de la paz para continuar la misión que le había llevado a una
muerte ignominiosa. En el paz del resucitado se nos otorga Espíritu que
perpetua en nosotros y en los que están por venir la continuidad de la misión.
Espíritu
Santo abre las puertas que están cerradas por miedos, otorga paz en la
turbulencia de la vida, capacita con el perdón para descentrarnos de nuestros
fallos y descubrir el pecado que se ha estructurado como dominio y opresión.
El
Espíritu Santo no es uniformidad impuesta, es diversidad y comunión por eso son
tan variados los dones que de él se recibe: sabiduría, ciencia, entendimiento,
paciencia, temor de Dios, fortaleza y uno más que es la alegría. El Espíritu
Santo siempre tendrá un don más que nos sorprende.
Quien se deja tomar por el Espíritu descubre que la
fuente su misión es el amor del Padre. Y se vive desde los primeros signos de
las primeras comunidades cristianas: se vive desde el amor, se proclama con
valentía, se sana lo esta enfermo, se acoge lo que se rechaza.
En
el año 1968, el Obispo Ortodoxo Mons. Hazim dijo en Suecia en una asamblea entre Cristianos y Ortodoxos:
Sin el Espíritu Santo,
Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta,
la Iglesia una mera organización, la autoridad un dominio, la misión una
propaganda, el culto una evocación y el obrar cristiano –en concreto el servir-
una moral de esclavos.
Tener al Espíritu Santo,
Dios los sentimos como padre, Cristo se hace presente todo los días de nuestra
vida, el evangelio potencia la vida para dar mas vida, la autoridad es un
servicio liberador, el culto una fiesta anticipada del Reino y el obrar
cristianos presencia servidora de Dios que es padre.
¡Ven Espíritu Santo y
renueva la faz de la tierra!
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