¿Qué sabemos de Jesús de Nazaret? El
primer dato de la vida de Jesús es que nace en Belén o en Nazaret. Jesús fue descubriendo
su propia vocación, Él empieza a descubrir y responder a la pregunta de toda
vocación: ¿Quién soy yo? ¿Qué voy a hacer con mi vida?, ¿Qué quiere Dios de mí?
El
punto central de la vocación de Jesús es el Reino de Dios, tiene unas
características concretas. La primera, es que el Reino de Dios está vinculado a
la persona de Jesús. La segunda característica es que Jesús subraya
especialmente un aspecto: que el Reino de Dios llega para todos y llega
gratuitamente. La idea de Jesús es que Dios nos quiere independientemente de
cuál sea nuestra actuación. Eso es lo que significa que Dios es nuestro Padre,
que es amor incondicionado y la tercera característica, consecuencia de la
anterior, es que los primeros destinatarios del Reino de Dios, según Jesús, son
los pobres (entendiendo por pobres, los que no tienen dinero, los que no tienen
para que comer, los enfermos, marginados por la sociedad, huérfanos, viudas, prostitutas,
publicanos), ¿Por qué son los primeros? Porque, en la concepción vetero-testamentaria,
la riqueza es una bendición de Dios. Si la riqueza es bendición de Dios, quien
es pobre no posee esa bendición. Jesús, en contra de la concepción dominante,
afirma que la bendición de Dios, su Reino, esa actuación de Dios que ya está
llegando, viene preferencialmente para todos aquellos que parecen estar dejados
de su mano. Un ejemplo claro, se muestra en la parábola de los invitados al
banquete de bodas (Mt 22,2-10) donde se mencionan algunos invitados que están
convidados por su propio derecho: el pueblo judío, teóricamente cumplidor de la
ley. Pero estos invitados no quieren ir al banquete, es decir, rechazan el don
gratuito del amor de Dios que es el Reino. Entonces el rey manda salir a los
caminos para invitar a todos, tanto a los buenos como a los malos. Todos están
llamados ahora al Reino, a disfrutar del amor gratuito e incondicional de Dios.
También todos los que no cumplen la ley y todos los que parecía que estaban dejados de la mano de Dios:
pobres, prostitutas, pecadores, publícanos, enfermos, hasta los paganos, en
fin, todos.
Algunos datos relevantes de la
actuación de Jesús en referencia al Reino de Dios son:
La frecuencia y la intensidad de su oración
(Padrenuestro). Cuando los discípulos, reiterativamente asombrados por la
oración del Maestro, le piden que les enseñe a rezar, reciben una enseñanza
original de Jesús y no habitual en el mundo judío: cuando recéis, llamad a Dios
«Padre». Todo el Padrenuestro, tal como lo rezamos, saliera de labios de Jesús.
Probablemente influyó en su composición también la necesidad de la comunidad
primitiva de tener una oración que marcara su identidad frente a otros grupos
judíos. Sin embargo, sí digo que invocar a Dios llamándose «Padre» es algo que
Jesús nos enseñó, y que esa enseñanza es una forma de expresar la concepción de
Jesús y de sus seguidores de que Dios es Amor incondicionado. Sin embargo, en
el Padrenuestro tenemos concentrada también toda la predicación y toda la
enseñanza de Jesús.
En las parábolas ciertamente Jesús
anunció su mensaje. La mayor parte de las parábolas reflejan de tal manera el
ambiente palestino contemporáneo de Jesús que no se puede dudar de su
autenticidad. Las parábolas fueron, pues, contadas por Jesús. Su originalidad
no está en que Jesús utilizara ese tipo de narraciones para impartir sus
enseñanzas, pues era frecuente que los maestros en Israel enseñaran en
parábolas. Gracias a las parábolas podemos conocer mucho de la personalidad de
Jesús, de su cultura y de su sensibilidad. Jesús nos habla de siembra y de
pesca, de viñadores y pastores, de mujeres que amasan el pan y de comerciantes
en perlas, de banquetes de boda y de hijos que se marchan de casa...El mundo
agricultor, pastoril y pescador de Galilea rezuma en sus historias. Desde un
punto de vista literario, podemos clasificar las parábolas pronunciadas por
Jesús en tres tipos. Algunas parten de realidades de la vida y de los hombres
para ilustrar con ellas la actuación de Dios. Otro tipo de parábolas no parten
de una realidad cotidiana, sino que son historias inventadas por Jesús,
verosímiles en su contexto histórico y sociocultural, con las que también nos
enseña lo que ocurre con el Reino que llega o, lo que es lo mismo, cuál es la actuación
de Dios con los hombres. Un último tipo de parábolas, son aquellas con las que
Jesús trata de enseñarnos una manera de actuar que nos toca ejercitar a
nosotros, en respuesta al anuncio de la llegada del Reino.
Los milagros hechos por Jesús son signos
de la presencia del Reino. Jesús, en último término, no hace milagros; lo que
hace son signos. Más aún, la palabra «milagro» no es frecuente en el
Nuevo Testamento, y algunas de las veces en que aparece lo hace en tono
crítico. Cuando Jesús cura a los ciegos o a los paralíticos, lo que hace es
mostrar lo que el Reino de Dios significa: que la salvación ha llegado a los
enfermos, a los pobres. Cuando Jesús multiplica los panes, lo que hace es dar
un signo del reino. El reino es como ese banquete donde hay para todos y sobra,
donde se comparte y se vive la fraternidad.
Las comidas de Jesús, Jesús comió
habitualmente con publícanos, pecadores y prostitutas. Las comidas de Jesús con
estos marginados son también signo del Reino de los Cielos. Podemos decir que
esas comidas de Jesús son una parábola realizada, una parábola viva, en lugar
de una parábola narrada. Las comidas de Jesús son la imagen del banquete
celestial y, por tanto, anuncio de la llegada inminente del Reino de Dios. Entre
estas comidas del Señor hubo una muy importante, la última comida de Jesús (Le
22,14-20), en la que él, ante su muerte inminente, prevista y asumida, se
despidió de los pocos que todavía creían en su anuncio y le seguían. Con ello,
Jesús ofrecía su vida en
servicio al Reino por él anunciado. La
Eucaristía es para los cristianos la reiteración de esa comida última de Jesús. Es su memorial,
precisamente porque en ese banquete tenemos la quintaesencia de lo que fue su
mensaje y su vida.
Los Discípulos, Jesús escogió
discípulos como signo de la comunidad del nuevo Israel que, con la llegada
inminente del Reino, se iba a iniciar. Por eso el grupo íntimo de los
discípulos son doce, representantes de las doce tribus de Israel. Este grupo,
liderado por Pedro, fue el grupo que, tras su muerte, recogió la herencia de
Jesús en los primeros momentos con la conciencia de ser los testigos de la
proeza escatológica de Dios que había tenido lugar en él.
El
conflicto,
Jesús tiene éxito al comienzo, es seguido al principio por sus signos, por su
predicación de la inminente llegada del Reino de Dios, con la que se va a hacer
presente la felicidad que todo el mundo desea. Ahora bien, enseguida la
predicación de Jesús empieza a entrar en conflicto. Subrayaría tres motivos
importantes para el conflicto. Primero,
la llegada del Reino de Dios supone el final de la estructura política y
religiosa sobre la que se mantiene Israel: la ley y el templo (Jn 11,50s.).
Evidentemente, esto no es del gusto del Segundo, ¿es verdad que el Reino llega
con Jesús? En torno a este punto se va a
jugar la condena a muerte. ¿Es Jesús el que trae un mensaje de parte de Dios o,
por el contrario, no trae tal mensaje de parte de Dios y es un impostor? Tercero,
¿es verdad que el Reino de Dios está gratuitamente ofrecido a todos, sin que lo
tengamos que merecer? ¿Nos quiere Dios todo cuanto puede, independientemente de
lo que hagamos? Si esto es falso, es decir, si nosotros tenemos que merecer el
amor de Dios, entonces Jesús es un falso profeta. Es la misma cuestión
planteada por Pablo en las cartas a los Gálatas y a los Romanos y que le
llevará a la muerte. Judaísmo, ni fariseo ni saduceo.
Jesús
asume el conflicto cuando decide subir a Jerusalén. Sube a Jerusalén porque
todo profeta ha de manifestarse en Jerusalén. Jesús sabe que su predicación
sobre la inminencia de la llegada del reino debe dejarse oír en Jerusalén. Manifestarse
en Jerusalén incluye afrontar el conflicto con las autoridades. Ello provoca
las deserciones entre sus seguidores. Jesús lo sabe y lo asume. Asume la muerte
que prevé le va a sobrevivir: «mi vida nadie me la quita; yo la doy
voluntariamente»
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