Cuando a Jesús le preguntaron “por qué los fariseos y los discípulos de Juan ayunan y tus discípulos no” él respondió “porque no se puede ayunar mientras se está con el novio en las bodas” (Cf. Lc 5, 30-35). Con esas palabras Jesús mostraba que el reinado de Dios estaba llegando en Él y su presencia hacía nuevas las prácticas judías de su tiempo.
Nosotros seguimos en ese tiempo nuevo instaurado por Jesús. Él está
presente y nuestras prácticas han de estar impregnadas de los valores del reino
y no del ritualismo en el que se ha caído tantas veces.
El ayuno cristiano no puede centrarse en dejar de comer determinados
alimentos. En realidad esa práctica pierde todo su sentido, si detrás no se
tiene el horizonte de la mortalidad que aún poblaciones enteras sufren porque
realmente “pasan hambre”. No podemos “comer y beber” de espaldas a esa
situación. El ayuno por tanto significa compromiso con la búsqueda de medios
para que las necesidades básicas de todos los seres humanos estén cubiertas.
La limosna no se limita a hacer alguna obra de caridad o a una
contribución en momentos puntuales. Tampoco a simplemente implementar la
práctica judía del diezmo. La limosna ha de mostrar nuestra capacidad de
compartir todo lo que tenemos de manera que “nadie de la comunidad pase
necesidad” (Cf. Hc 4, 34). Supone desprendimiento, generosidad y entrega. Pero
sobretodo descubrir el valor del compartir por encima del acaparar o asegurar.
Siempre podemos dar mucho más de lo que creemos y sólo dando se descubre “la
alegría del que lo vende todo para adquirir el campo” (Cf. Mt 13, 44-46).
El sacrificio no consiste en soportar las pruebas que nos manda Dios -ya
que él no pone condiciones para merecer su amor- sino -como dice Jesús en este
texto que venimos considerando- “días vendrán en que el esposo les será
quitado, entonces, en aquellos días, ayunarán”. Es decir, el sacrificio
proviene de la persecución y la incomprensión que sufren los que buscan vivir
los valores del reino no de aquellas cargas pesadas que nos imponemos muchas
veces a nosotros mismos por falta de aceptación de las propias limitaciones o
por los egoísmos y orgullos que nos esclavizan produciendo sufrimientos
innecesarios y que, por lo mismo, no pueden ser redentores.
Jesús termina este pasaje bíblico, haciéndonos caer en cuenta que “nadie
pone un pedazo de un vestido nuevo en un vestido viejo, ni echa vino nuevo en
odres viejos” porque el vestido y los odres viejos se rompen (Cf. Lc 5, 36-39).
El tiempo de cuaresma, por tanto, nos invita a liberarnos de toda práctica
vacía y a vivir la novedad del anuncio del reino para desde ahí vivir el
compromiso y la fidelidad al Espíritu. En otras palabras, cuaresma es tiempo de
contemplar la praxis histórica de Jesús para hacer que la solidaridad, el
compartir de bienes y el compromiso con la vida de todos y todas, sean nuestras
prácticas cuaresmales, prácticas que como claramente afirma el profeta Isaías,
constituyen el ayuno, la limosna y el sacrificio que el Señor quiere (Cf. Is
58, 6-7).
No hay comentarios:
Publicar un comentario