martes, 12 de agosto de 2014

LA FE EN SANTIAGO 2,14-20

        "La puerta de la fe" (hechos 14, 27), que introduce a la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmado por la gracia que transforma atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del señor Jesús que, con el don del espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él. Profesar la fe en la Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo equivale a creer en un solo Dios que es amor: el Padre, quien la plenitud de los tiempos envió a su hijo para nuestra salvación; Jesucristo, y que el misterio de su muerte y su resurrección redimió el mundo, el Espíritu Santo que guía la Iglesia a través de los siglos en espera de retorno glorioso del señor.
 Es muy importante para nosotros, el conoce lo que es la fe. La Iglesia nos invita a celebrar este año el año de la fe, que es un tiempo propicio, para renovar todo lo que lo que es nuestro seguimiento y nuestra fe en Jesús nuestro Salvador.

La fe, para nosotros los cristianos en especialmente tiene que ser de gran importancia, porque es la que nos permite continuar en este peregrinar. Corremos el riesgo, de muchas veces actuar como fariseos, grupo que tanto Jesús crítica. Como veremos más adelante el apóstol Santiago nos invita, al vivir nuestra fe desde las obras, de nada sirve decir que tengo fe cuando en realidad mis obras muestran otras cosas. Nuestra fe siempre tiene que ir de la mano con las obras, si yo digo que tengo fe y no lo demuestro, soy un mentiroso. Es por eso, que la fe tiene que estar cimentada en unas bases fuertes, donde a pesar de la tormenta y de las adversidades que tiene esta vida, ella siempre permanezca y de frutos de una verdadera vida en Jesús
Santiago. (2, 14 – 26)

14. ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? 15. Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, 16. y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? 17. Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. 18. Y al contrario, alguno podrá decir: «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe. 19. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan. 20. ¿Quieres saber tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? 21. Abraham nuestro padre ¿no alcanzó la justificación por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? 22. ¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó su perfección? 23. Y alcanzó pleno cumplimiento la Escritura que dice: Creyó Abraham en Dios y fue llamado amigo de Dios.» 24. Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente. 25. Del mismo modo Rajab, la prostituta, ¿no quedó justificada por las obras dando hospedaje a los mensajeros y haciéndoles marchar por otro camino? 26. Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.


La fe y las obras según Santiago.

Antes de comenzar a hablar lo que es la fe en la carta de Santiago, veo importante conocer otras nociones de fe. San Pablo ve en la fe la actitud del hombre, que recibe de Dios por Cristo la gracia de la justificación, (Rom 3,22-31). Según el IV evangelio, el creyente posee ya desde ahora la «vida eterna», es decir, participa por Cristo en la vida misma de Dios, (Jn 3,16. 36). En plena conformidad con la teología paulina y joanica, el Concilio de Trento presenta la fe como la dimensión fundamental de la vida cristiana, Sess. III, cap. 8 (DS 1532). Esta importante primordial de la fe nos obliga a preguntarnos ante todo qué es la fe en sí misma.

El Concilio Vaticano II ha formulado el concepto de fe que pudiera sorprender por su novedad, aunque en realidad es tan sólo una explicación de la doctrina del Vaticano I: “A Dios que revela, se le debe prestar la obediencia de la fe, en la cual el hombre todo se confía libremente a Dios, haciéndole el pleno homenaje de su entendimiento y voluntad, y asintiendo libremente a la revelación…” “el hombre debe responder a Dios por la fe… El acto de fe es por su misma naturaleza voluntario, pues el hombre…, llamado por Cristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios que revela, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios homenaje racional y libre de la fe”. El acto de fe proviene, según el Concilio, de todo el dinamismo espiritual del hombre, de su entendimiento y de su voluntad; incluye el asentimiento al contenido de la revelación, la obediencia a la palabra divina y la confianza en Dios, que nos salva por Cristo. Por la fe se entrega el hombre a la gracia de Dios y entra en comunión de vida con Él.

Este concepto del Concilio Vaticano II coincide con la noción bíblica de fe. En el AT, el acto de fe es descrito con la fórmula “apoyarse en Dios” Gn 15,6 (“creer a Dios”), que expresa la entrega del hombre a la palabra salvadora de Dios. Creyendo a Dios, se confío Abrahán a la divina promesa, plenamente persuadido de su cumplimiento (Gn 15,1-6; 16,1; Rom 4,20). Israel surgió como pueblo con la fe de Yahvé, el Dios de la Alianza, a saber, con la experiencia de su potencia salvífica, la aceptación de su soberanía y la entrega de su protección (Ex 4,1-31; 14,10-18; Nm 1,4-41). La doctrina monoteísta fue el resultad si o de la experiencia religiosa de Israel, en cuya historia se había revelado Yahvé como el único Salvador: solamente Yahvé es Dios, porque solamente él salva. La Iglesia nació con la fe en el evento salvífico de la Muerte y la Resurrección de Jesús (Hch 2,14-36). Las más antiguas fórmulas de fe cristiana proclamaban a Jesús como «Señor» (Flp 2,11; 1Co 12,3; Rom 10,9).

Por otro lado, tenemos que la fe no se puede oler, ni oír, ni ver, mi papar, ni tiene sabor; la fe se ve por las obras que la que la acompaña.

La gente tergiversa el significado de la palabra tales como arrepentimiento y arrepentirse, hasta el punto de convertirlas en una palabra sin significado. Llega a creer que arrepentirse es el hecho de pronunciar la frase: "yo me arrepiento", como si tal frase tuviera alguna facultad en sí misma, igual que él "sésamo ábrete" o el "abracadabra" del cuento.

Lo mismo ha pasado con la palabra "fe". Para muchos tener fe significa simplemente "creer". En ese caso, en el mundo todos tienen fe. Hay quien cree que cuatro más cinco son nueve; otros creen en que la tierra es redonda; otros tienen fe en que mañana también va a salir el sol, etc. Es más, como dice el mismo Santiago, los demonios creen en Dios. ¿Es solamente eso lo que se llama tener fe?

Hay incluso quienes a la más necia autogestión, le llaman fe. Hay quien cree ser un héroe de la fe, porque se sienta en su casa a echarse fresco a la vez que "cree con fuerza". Decir que uno cree, que uno tiene fe, o que uno está arrepentido, es tan sencillo como decir lo contrario. Hablar no paga impuestos.  ¿Cómo saber entonces y entre los muchos palabreros quien es el que de verdad tiene fe? Ya parte eso es lo que nos viene enseñando Santiago en 2, 14 – 26. En forma resumida puedo decir que lo que Santiago declara es que cuando alguien dice tener fe, y a esa fe no le acompañan las obras que provoca una verdadera fe, el que tal fe proclama tener es un mentiroso. Ésa actitud mental de Santiago con cuerda con lo dicho por el Señor "... por sus frutos los conocerán..."

 En el versículo 14, se nos dice ¿acaso esa fe (muerta) podrá salvarlos?, la única respuesta a esta pregunta es "no". Si la fe no es más que una creencia, el que pretende poseerla puede decir que cree, pero esa afirmación no basta para demostrar que se trata de una verdadera fe.

El autor presenta un caso que muestra la inutilidad de la fe sin obras. Si uno despide la persona indigente con buenas palabras, sin brindarle la ayuda necesaria, no hace nada para librarse del juicio divino y para obtener la salvación. En 1,19, Santiago estableció una conexión entre el escuchar y el actual; ahora hace lo mismo con el hablar y el actual. Las palabras amables bien intencionadas y piadosa son suficiente (e incluso contraproducente) cuando se sufre hambre y frío. El hambriento no se sacia con palabras, ni el que tiene frío recibe de ellas calor. De ahí la conclusión: la fe sola es lo mismo que un cadáver.

En los versículos 18-19, el autor pone frente a sí a un interlocutor imaginario. Está introducción de un adversario potencial mediante el pronombre indefinido “alguien” es un procedimiento literario propio de la diatriba. Presunto adversario establece una antítesis puramente teórica (tú tienes fe y yo tengo obras) con la sola finalidad de permitir que Santiago exponga su propia refutación. La expresión "y yo tengo obra" (contrapuesta al tiene fe) no designan un hecho real, y ni siquiera una posibilidad concreta, ya que no existe sentido en el contexto de la carta hablar de obra sin fe. La respuesta a esta objeción no se hace esperar: muéstrame esa fe sin obras y yo te mostraré la fe con mis obras (v. 18).

En el versículo 24 (el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe) presupone una concepción de las obras y de la fe distinta de la de Pablo. Las obras no son las obras de la ley, sino acciones que pertenecen a la fe y brotan de ella. Esta fe, a diferencia de Pablo no abarca toda la existencia cristiana, sino que se refiere al reconocimiento del único Dios, que Santiago compara irónicamente con lo que creen los demonios (2.19). Éste reconocimiento no se traduce en una práctica consecuente, y por eso deben completarse la fe y las obras. Sin las obras, la fe es una cosa muerta.

Las obras, según Santiago, están subordinadas a la fe. la justificación se realiza únicamente cuando, a partir de la fe en el único Dios, se realizan las obras que acreditan la autenticidad de la fe. Esta construcción, a pesar de emplear un lenguaje diverso, no está lejos de la concepción Paulina. En todo caso, Santiago 2,24 se dirige contra un paulinismo que no es fiel al pensamiento del apóstol.

Como es lógico, Santiago no tiene nada que objetar contra una fe que confiese, por ejemplo, la unicidad de Dios. Si alguien cree que existe un solo Dios, hace bien (v. 19). Pero lo que viene a continuación revela la insuficiencia de desastre incluso ironiza sobre ella, porque una fe sin incidencia en la vida no establece una diferencia entre los hombres y los demonios los demonios también creen y sin embargo tiemblan.

El ejemplo Abraham le sirve a Santiago para confiar su enseñanza. El autor se suma así a la tradición y exegética judía, que ve en Abraham no sólo el justo y obediente por antonomasia sino también el modelo de fe.

En los capítulos dos y tres Santiago contesta a la pregunta "¿Cómo podemos reconocer la fe? ¿Cómo se hace visible? ¿Cómo podemos darnos cuenta de si nosotros mismos o si otras personas tienen fe? Y sugiere tres cosas que nos explican lo que es la fe: en primer lugar, no debe de haber parcialidad ni prejuicios. Si un hombre tiene prejuicios contra otro, por causa del color de su piel o por su dinero, tratándole como si no fuese nadie sencillamente por no ser rico o por no tener el color de piel indicado, evidentemente no tiene fe, nos dice Santiago. Si viene un hombre pobre a la iglesia y le dices: "Vaya y siéntese usted ahí, en ese rincón, pero te inclinas ante el rico y le llevas al primer banco, asegurándote de que esté cómodo, y le entregas un himnario indicándole el himno que se está cantando, interesándote por él, nos dice: "no relaciones eso con la fe en Jesucristo porque una actitud elimina la otra y no se puede manifestar la fe de esa manera. La fe destruye los prejuicios.

La fe se hace visible por los hechos mismos de misericordia. Santiago era eminentemente práctico. Imaginemos que apareciese alguien a la puerta, diciéndonos "no tengo nada de comer y en casa estamos pasando hambre. Y le dices: "está bien, hermano, siento lo que está usted pasando. Oremos juntos. Y orases por él diciendo: "Vaya en paz, hermano, el Señor le resolverá el problema. Santiago nos dice: "¡Serías un hipócrita! y no tendrías fe ni mucho menos. Si tu fe no te lleva a compartir con tu hermano que se encuentra muy necesitado, hay algo que está terriblemente mal en tu actitud. No tienes fe porque la fe de Jesucristo, significa que tienes, de hecho, la vida del Señor Jesús. ¿Te imaginas al Señor tratando de ese modo a una persona necesitada? El Señor hubiese dado su misma capa, hubiera hecho cualquier cosa por cubrir la falta y la necesidad de esa persona. ¿Puede, por lo tanto, la compasión cristiana endurecer tu corazón ante las necesidades de los que nos rodean, ya sea a nivel emocional o físico? De modo que si quieres que tu fe se vea y sea reconocida, debe manifestarlo por medio de las obras. Es por esto por lo que el Señor Jesús dijo que a la hora del juicio diría: "Porque tuve hambre, y sed y estuve en la cárcel, necesitado y no hiciste nada por mí. (Mat. 25:42, 43)

Por otro lado, podemos decir que vivir la fe en tiempos de crisis y como compañera de vida es entonces ser conscientes de que allí donde estoy, la Iglesia se hace presente y se hace presente a través de mi palabra, de mis obras y de mi ser, en otras palabras se hace presente en mi ser Cristiano, en mi ser en Cristo, desde la praxis de Jesús que se consolidad en mi ser un sujeto libre y responsable, en mi ser un cristiano audaz y atrevido. Esta fragilidad de mi ser hombre, me permite llevar a Dios a otros frágiles y vulnerables, presentándoles a un Cristo como revelación de ese Dios que se hace uno con nosotros desde el don de la fe, un Dios que no se impone, sino que desde la solidaridad, asume nuestra fragilidad y vulnerabilidad y la transforma  en fortaleza y confianza, en fe como compañera de vida.  Y por eso somos cristianos, porque Él con su gracia nos llama y nos capacita.
Conclusión


            La que nos permite tener ese encuentro más íntimo con Dios, confiando en él y en su palabra. La fe es la que no va a permitir que nosotros pongamos toda nuestra confianza en el que yo en lo que creemos, de igual forma no impulsa abandonarnos completamente en la mano de Dios.

            Por otro lado, tenemos conciencia de que la fe católica está pasando por una situación muy desfavorable. La fe es un regalo que se nos da, se trata de un momento muy especial un llamado de nuestra propia conciencia que nos invita a creer y abandonarnos en las manos de aquel que no formó, y que sabemos que no nos va a dejar solos. Sólo la fe nos puede llevar a creer que es necesario pasar por el dolor, la renuncia, el sufrimiento, la muerte, para pasar luego a la vida, al gozo y en la resurrección; de otra manera no tendrían sentido eso que llamamos fe.

            Es el momento de ponernos ante Dios, y ante nuestro prójimo, empezando por los más próximos y ante nosotros mismos, para hacer la revisión de nuestra vida. Es necesario que con nuestra fe, se demuestre que creemos en Dios y en su Hijo amado, y que con el espíritu Santo nos impulsa para que nuestra fe produzca frutos, para qué no se nos diga cómo dice Santiago "muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe a través de las obras". Nuestra fe tiene que ser una fe viva y no muerta, una fe que esté unida a las obras. 

No hay comentarios:

EL RUIDO DE LA PALABRA

Toda reflexión es producto de la sonoridad de la palabra