sábado, 17 de septiembre de 2016

«El amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15)

En las distintas tradiciones místicas aparece descrita la relación entre Dios y el hombre en términos de amistad; la amistad es metáfora de encuentro, de relación cálida y envolvente, de cercanía y protección. También la tradición judeo-cristiana habla de la amistad divina y de la humana como espejos que se contemplan y se reflejan mutuamente; por eso seria artificial trazar una distinción radical en la Biblia entre la amistad divina y la amistad humana. Todos los rasgos que caracterizan la amistad entre los hombres aparecen en el Dios de la Biblia, porque los dos preceptos del amor son semejantes. 

La amistad es de naturaleza expansiva. «Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso» (1Jn. 4,20). Podemos esperar que los grandes amigos de Dios sean también simultáneamente magníficos amigos de los hombres. La amistad con Dios habilita en nosotros una mejor calidad de amistad humana, y viceversa. 

Una de las cualidades bíblicas de la amistad es su capacidad de dilatación el amor es como el fuego, que, si no se comunica, se apaga. Pablo confesaba a los corintios: «Sentimos el corazón ensanchado. No tenéis un lugar en estrecho en nosotros» (cf. 2 Cor. 6,11-12).

Pero no es sólo en la literatura sapiencial donde la Biblia exalta la amistad humana. Las más bellas páginas sobre la amistad son de naturaleza narrativa. La Biblia atesora una de las historias más dramáticas de amistad de toda la literatura universal se trata de la amistad entre dos jóvenes David y Jonatán, el hijo de Saúl. Es una amistad a primera vista; Jonatán se sintió atraído hacia David desde el primer momento en que lo vio con la cabeza de Goliat en sus manos: «Jonatan se encariñó de David; lo quiso como a sí mismo» (1 S 18,1). La literatura rabínica juega con el nombre hebreo de David, cuyas consonantes hebreas coinciden con  la palabra DOD, «amado. 

David fue, ante todo, alguien muy fácil de querer. Cuando llegó a la corte de Saúl, era sólo un muchacho, un pastorcito, pero pronto supo ganarse el afecto del hijo y la hija del rey Saúl. Mical acabaría siendo su esposa, y Jonatán su mejor amigo. Lejos de ver en David a un rival que un día podría arrebatarle el trono, Jonatán quiso siempre compartir con él su condición de príncipe. Dice un refrán que el amor se da entre iguales, o hace iguales. Por eso Jonatán sintió la necesidad de compartir con David todo lo suyo, hasta sus propios vestidos de príncipe. «Jonatán y David hicieron un pacto, porque Jonatán lo quería como a sí mismo; se quitó el manto que llevaba y se lo dio a David, y también su ropa, su capa, el arco y el cinto» (1 S 18,4). 

Pronto Saúl tuvo envidia de David y se propuso matarlo, y fue entonces cuando Jonatán salió en defensa de su amigo, aun a riesgo de perder el afecto de su padre. Sus esfuerzos reconciliadores fracasaron, y en una ocasión su defensa incondicional de David suscitó las iras de Saúl, que estuvo a punto de clavar a Jonatán contra la pared con una lanza. Aun después de esto, Jonatán continuó sus estratagemas para salvar la vida de David. Hicieron entre los dos un pacto sagrado de apoyo mutuo y se juraron amistad y fidelidad. «Jonatán hizo jurar también a David por la amistad que le tenía, porque lo quería con toda el alma» (1 S 20,17). Una de las páginas más dramáticas de la Biblia es la narración de la despedida de los dos jóvenes, en un clima de clandestinidad. No pueden hablarse sino en voz baja, y las lágrimas tienen que suplir a las palabras. «David salió de su escondite, cayó ante Jonatán a tierra, postrándose tres veces; luego se abrazaron llorando los dos copiosamente.  Jonatán le dijo: "Vete en paz. Como nos lo juramos en el nombre del Señor, que el Señor sea siempre juez de nosotros y de nuestros hijos"» (1 S 20,41-42). Ya no habrían de verse nunca más en la vida. Cuando, años más tarde, David se enteró de la muerte de Jonatan y de Saúl en la batalla de Gilboé, compuso una «qinah», una elegía por su muerte, que tiene como estribillo: «¡Cómo cayeron los héroes!» En ella dedica un recuerdo emocionado a su amigo Jonatán: «¡Cómo sufro por ti, Jonatán, hermano mío! ¡Ay, cómo te quería! Tu amor era mejor para mí que amoríos de mujeres» (2 S 1,26) Sólo los que nunca han experimentado en su propia vida un auténtico cariño limpio entre amigos sospechan que en la relación entre los dos jóvenes había un componente sexual. El miedo a la homosexualidad en nuestra cultura ha llevado a inhibir cualquier tipo de expresiones de afecto entre amigos del mismo sexo.

El hebreo carece de una única palabra equivalente al término español «amigo», al latino «amicus» o al griego «philos». Tiene sin duda una gran variedad de términos para la relación de amistad, pero ninguno de ellos cubre en su totalidad el mismo campo semántico de la palabra española «amigo». 
La relación de amistad se puede expresar en hebreo comúnmente mediante la palabra REA, un término muy frecuente pero que desborda el campo de la amistad. La mayor parte de las veces no tiene una connotación afectiva o íntima, sino que se utiliza para designar al «vecino» o al «prójimo». Pero en algunas ocasiones el término REA sí equivale a nuestro concepto moderno de «amigo» e incluye matices de afectividad propios de una amistad íntima. Otro término usado para designar la relación de amigo es el de 'OHEB, el participio del verbo amar, usado de forma sustantivada. En varias ocasiones aparece la bina «compañeros y amigos», en la que rea' equivale a simple compañero, y `OHEB designa un tipo de relación más íntima (Pr 18,24; Sal 38,12; 88,19...).

La palabra 'ALUF aparte de otras connotaciones militares, designa también un tipo de relación íntima de amistad entre dos hombres (Pr 16,28; 17,9), y también entre hombre y mujer. Existe también el término YADID, que se usa casi exclusivamente en un sentido religioso para designar la amistad divina, la predilección de Dios. Benjamín es el amigo del Señor (YEDID YHWH Cf Cf 33,12). Pero cuando la Biblia hebrea quiere expresar con más claridad el concepto de «amigo íntimo», «amigo especial», acude a términos compuestos tales como «amigo del alma» (yedid nephesh: Dt 13,6), «comensal» (el que come mi pan; el hombre de mi confianza), «el que me da la paz» ('ish shelomi: Sal 41,10), «mi confidente» (metey sodi: Jb 19,19). Quizás el texto en que aparece una mayor redundancia de términos para expresar amistad e intimidad es el salmo 55,14-15. Traduce Alonso Schókel: «mi camarada, mi amigo y confidente, a quien me unía dulce intimidad»; literalmente habría que traducir: «mi igual, mi amigo, mi conocido, con quien compartía la dulzura de mis confidencias». 

Con el influjo del helenismo acabó imponiéndose la palabra philos en toda la literatura intertestamentaria escrita en griego y en los escritos del Nuevo Testamento. Los últimos libros sapienciales, y sobre todo el Eclesiástico, reflejan ya esta influencia cultural del helenismo. Lucas hará del término philos una clave evangélica para expresar la correcta actitud hacia los pobres. En el paganismo no existía el concepto de la limosna, y Lucas trata de exhortar a la generosidad hacia el pobre tratando de incluirlo dentro del círculo de los amigos, para hacerle así beneficiario de la generosidad que caracterizaba a esta relación de amistad. Los amigos de Dios La amistad entre David y Jonatán es sólo una plataforma de lanzamiento para elevamos a considerar la amistad de Dios con el hombre. Tampoco esta vez esperemos encontrar en la Biblia un tratado sistemático sobre el Dios amigo. La Escritura contiene una teología narrativa. Más que hablarnos de cómo es Dios, nos narra el modo que tiene de comportarse con el hombre. Casi todos los vocablos hebreos analizados en la sección anterior son utilizados en la Biblia para referirse a la relación especialísima de amistad de Dios con el hombre, sobre todo con algunos de sus elegidos. 

Así se nos dice que Abrahán fue «amigo de Dios». «Entregaste esta tierra a la estirpe de Abrahán, tu amigo» ('oheb: 2 Cr 20,7). «Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo» ('oheb: Is 41,8). «Abrahán se fió de Dios, y se le apuntó en su haber, y se le llamó "amigo de Dios"» (St 2,23). Esta denominación arraigo en la literatura rabínica. La especial amistad de Dios con Abrahán se basa en la confianza mutua que existió entre los dos, en el hecho de que Dios no hiciese nunca nada sin antes consultar a su amigo, y en el poder de intercesión que Abrahán tenía ante Dios.  También Moisés es llamado «amigo» de Dios (reaf). «YHWH hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33,11). Esta familiaridad de trato es el rasgo más específico de la amistad bíblica. En esto se diferencia Moisés de otros profetas que son también portadores de la palabra de Dios. «Cuando hay entre vosotros un profeta de YHWH, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños. No así con mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no adivinando contempla la figura de YHWH» (Núm. 12,6b-8). Benjamín, uno de los hijos de la esposa amada de Jacob, es designado también en las bendiciones de los doce hijos de Jacob como «amigo de YHWH (yadid) que habita tranquilo; el Altísimo cuida de él continuamente, y él habita entre sus hombros» (Dt 33,12). Este «habitar entre los hombros» puede ser originalmente una indicación de carácter geográfico, ya que la palabra katef puede designar tanto «hombro» como «ladera de montaña». Pero más adelante ha pasado a expresar una cercanía física que denota solicitud y cuidado. Muchos han visto en Benjamín, amigo predilecto de Dios, la figura del discípulo amado en el evangelio de San Juan, el que estaba reclinado entre los hombros de Jesús (Jn 13,23.25). Igualmente Israel, en sentido colectivo referido al pueblo entero, recibe también el nombre de «amigo de Dios».

Lo que el pueblo de Israel descubre en todos los ejemplos que hemos reseñado es un Dios amigo, bien dispuesto hacia el hombre. Los libros sapienciales nos describen la «filantropía» de la sabiduría divina. «La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres» (Sb 1,6; 7,23). El término «filantropía» -amor al hombre- pertenece en rigor a la cultura helenista y no aparece hasta los últimos libros de la Biblia, pero el concepto está presente ya desde el principio de la revelación. En el Nuevo Testamento, los ángeles de Belén anunciaron la básica buena disposición de Dios hacia los hombres, la «paz en la tierra para los hombres de la eudokia, (buena voluntad divina); los hombres hacia quienes Dios está bien dispuesto (Lc. 2,14). La carta de Tito nos revela que «apareció la bondad de nuestro Dios y Salvador y su amor al hombre (filantropía)» (Tit 3,4). Pero estos textos neotestamentarios en realidad no son ninguna sorpresa. Todo el Antiguo Testamento ha sido ya testigo de esta amistad de benevolencia que Dios siente hacia el hombre. 

Uno de los rasgos más característicos de los buenos amigos es la capacidad de disfrutar de la presencia mutua, de pasarlo bien juntos. En compañía de los amigos es fácil pasar un rato agradable. No importa tanto lo que se haga cuanto el simple jugar, bromear, charlar, pasear... El Dios amigo del hombre es el que disfruta de la compañía de Adán, el que baja al jardín a la hora de la brisa para darse un paseíto con él (Gn 3,8). Es también el que esta a la puerta y llama: «Si alguno me oye y me abre, entraré en su casa y comeremos juntos» (Cf Ap 3.20). Su mayor deseo es compartir la cena con el hombre, la cena «que recrea y enamora». «Ardientemente he deseado cenar con vosotros esta Pascua» (Le 22,15). La comensalidad es, por tanto, otro de los rasgos de la amistad bíblica. Amigo es el que comparte la mesa. Por eso la traición de Judas durante la cena fue un sacrilegio contra el misterio de la amistad en su expresión más sagrada. «Incluso mi amigo en quien yo confiaba, que compartía mi pan, sobresale en traicionarme» (Sal 41,10). El gesto del bocado que Jesús da a Judas en la última cena de Juan es signo de la amistad traicionada (Jn 13,26-27); simboliza a la vez el don gratuito del amor y la perfidia de la traición.

Otro rasgo expresivo de la amistad divina es la familiaridad en el trato. Acerca de Moisés se nos dice ante todo que hablaba con Dios cara a cara, «como habla el hombre con un amigo» (33,11). Después la misma Biblia tratará de atenuar esta audacia diciendo que en realidad Moisés no veía la cara de Dios, sino sólo su espalda (Ex 33,23). Hay que esperar al Hijo único, el Amado, el que mora en el seno del Padre. Sólo él contempla eternamente la gloria del rostro del Padre, y por eso la ha hecho brillar sobre nosotros, de modo que nuestros ojos contemplen la gloria que Moisés no pudo ver (Jn 1, 14.17). Uno de los rasgos que caracterizan al discípulo amado, según san Juan, es precisamente el hecho de recostarse en el pecho de Jesús.

Caracteriza también a los amigos el deseo de presencia, de estar cerca de uno del otro. Jesús quería tener a sus amigos juntos con él (cf Jn17,24) tuvo como que «arrancarse de ellos», como se arranca una espada de la vaina, según el significado del verbo griego (Lc. 22,41).
 
Uno de los sufrimientos mayores para el hombre es la soledad, el verse lejos de aquellos a quienes ama. En la lista de las tribulaciones del justo sufriente se menciona con frecuencia esta lejanía como una de las mayores causas de sufrimiento: «Mis amigos y compañeros se alejan de mis llagas, y hasta mis familiares se mantienen a distancia» (Sal 38,12). «Has alejado de mí a amigos y compañeros, y mis conocidos son las tinieblas» (Sal 88,19). «Tienen horror de mí mis íntimos, y los que yo amaba se vuelven contra mí» (Job 19,19). 

Pero quizá, de todas las características de la verdadera amistad, aquella que la Biblia ha subrayado más ha sido la confidencialidad. El amigo es, ante todo, el confidente, aquel para quien uno no tiene secretos: «Eras tú mi confidente, mi amigo, con quien era dulce compartir los secretos» (Sal 55,14-15). También este rasgo es propio de la amistad divina. Abrahán es amigo de Dios en su condición de confidente: «¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que voy a hacer?» (Gn 18,17; cf. Am 3,7). Dios consulta con Abrahán antes de decidirse a actuar con Sodoma y Gomorra. En esta misma línea, no es extraño descubrir en el Nuevo Testamento que Jesús llama a sus discípulos «amigos» precisamente porque son sus confidentes, los depositarios de sus secretos más íntimos: «Ya no os llamo siervos, sino amigos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. A vosotros os llamo amigos, porque os he comunicado cuanto escuché a mi Padre» (Jn 15,15). El amor es también compasión, la capacidad de sentirse afectado, de entrar en comunión con los sentimientos del amigo, sus penas y alegrías. San Pablo lo definió magistralmente: «Reír con los que ríen y llorar con los que lloran» (Rm 12,15). El Dios de la  Biblia es un Dios empalico, bien lejano del Dios impasible de la metafísica. Los impasibles no pueden ser verdaderos amigos. «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto. He oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos» (Ex 3,7). Quizás el icono más expresivo de estas lágrimas del amigo sean las lágrimas de Jesús por su amigo Lázaro. Es el versículo más breve de toda la Escritura; sólo tres palabras: «Y Jesús lloró» (Jn 11,35). El más breve, pero quizás el más significativo. Dice un refrán: «Podrás olvidar a los que rieron contigo, pero nunca olvidarás a los que lloraron contigo». Jesús llora al ver las lágrimas de Marta y de María; no llora con lágrimas mansas, sino que se estremece sollozando Dos veces seguida¡ se refiere el cuarto evangelio a los sollozos de Jesús. Esos sollozos fueron tan intensos que la gente no pudo por menos que comentar: «¡Cómo lo quería!» (Jn 11,35). Las lágrimas han revelado lo profundo de la amistad de Jesús hacia Lázaro y su familia. En las tumbas israelitas aparecen con frecuencia los «vasos de lágrimas». Son pequeños recipientes de cristal estilizados, en los que se guardaban las lágrimas derramadas, estos pomos se depositaban en la tumba como testimonio de amistad sincera. Las lágrimas son calientes, tienen energía. Dios guarda nuestras lágrimas en su odre (Sal 56,9). 

Amigo es también aquel ante quien me puedo mostrar como verdaderamente soy, sin necesidad de maquillarme, dada la aceptación total y absoluta que recibo de él. El amigo es el espejo donde me miro. Dice un texto de las Odas de Salomón: «He aquí que nuestro espejo es el Señor. Abrid los ojos y miraos en él; conoced cómo es vuestro rostro y proclamad la alabanza del Espíritu».   

Los dos libros principales que abordan el tema de la amistad en la  Biblia son Proverbios y Eclesiástico. Hablando en general, diríamos que los pensamientos sobre la amistad en Proverbios muestran una visión más recelosa y utilitaria. Junto con otras frases más positivas, abundan en el libro las referencias a los inconvenientes que en la excesiva generosidad. Se nos adviene sobre el peligro de confiar demasiado en los demás. 19,15). 

La amabilidad en las palabras es muy importante para conservar a los amigos: «La boca amable multiplica sus amigos la lengua que habla bien multiplica las afabilidades» (Si 6,5). «Quien tira una  piedra aun pájaro, lo ahuyenta; quien afrenta al amigo, rompe la amistad» (Si 22,20). Otra de las cosas que pueden destruir la amistad es la incapacidad para guardar los secretos y las confidencias del amigo (Cf Si 27,16-17). La confidencialidad es unos los rasgos más preciosos de la amistad bíblica. No se nos olvide que una de las razones que Jesús los llama amigos a sus discípulos es precisamente por el hecho de haberles revelado todos los secretos de su Padre.

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