En las distintas tradiciones místicas aparece
descrita la relación entre Dios y el hombre en términos de amistad; la amistad
es metáfora de encuentro, de relación cálida y envolvente, de cercanía
y protección. También la tradición judeo-cristiana habla de la
amistad divina y de la humana como espejos que se contemplan y se reflejan
mutuamente; por eso seria artificial trazar una distinción radical en la Biblia
entre la amistad divina y la amistad humana. Todos los rasgos que
caracterizan la amistad entre los hombres aparecen en el Dios de la Biblia,
porque los dos preceptos del amor son semejantes.
La amistad es de naturaleza expansiva. «Quien
dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso» (1Jn. 4,20).
Podemos esperar que los grandes amigos de Dios sean también simultáneamente
magníficos amigos de los hombres. La amistad con Dios habilita en nosotros
una mejor calidad de amistad humana, y viceversa.
Una de las cualidades bíblicas de la amistad es su
capacidad de dilatación el amor es
como el fuego, que, si no se comunica, se apaga. Pablo confesaba a los
corintios: «Sentimos el corazón ensanchado. No tenéis un lugar en estrecho en
nosotros» (cf. 2 Cor. 6,11-12).
Pero no es sólo en la literatura sapiencial
donde la Biblia exalta la amistad humana. Las más bellas páginas sobre la
amistad son de naturaleza narrativa. La Biblia atesora una de las historias más
dramáticas de amistad de toda la literatura universal se trata de la amistad
entre dos jóvenes David y Jonatán, el hijo de Saúl. Es una amistad a primera
vista; Jonatán se sintió atraído hacia David desde el primer momento en que lo
vio con la cabeza de Goliat en sus manos: «Jonatan se encariñó de David; lo
quiso como a sí mismo» (1 S 18,1). La literatura rabínica juega con el nombre
hebreo de David, cuyas consonantes hebreas coinciden con la palabra DOD, «amado.
David fue, ante todo, alguien muy fácil de
querer. Cuando llegó a la corte de Saúl, era sólo un muchacho, un pastorcito,
pero pronto supo ganarse el afecto del hijo y la hija del rey Saúl. Mical acabaría
siendo su esposa, y Jonatán su mejor amigo. Lejos de ver en David a un rival
que un día podría arrebatarle el trono, Jonatán quiso siempre compartir
con él su condición de príncipe. Dice un refrán que el amor se da entre
iguales, o hace iguales. Por eso Jonatán sintió la necesidad de compartir con
David todo lo suyo, hasta sus propios vestidos de príncipe. «Jonatán y David
hicieron un pacto, porque Jonatán lo quería como a sí mismo; se quitó el manto
que llevaba y se lo dio a David, y también su ropa, su capa, el arco y el
cinto» (1 S 18,4).
Pronto Saúl tuvo envidia de David y se propuso
matarlo, y fue entonces cuando Jonatán salió en defensa de su amigo, aun a
riesgo de perder el afecto de su padre. Sus esfuerzos reconciliadores fracasaron,
y en una ocasión su defensa incondicional de David suscitó las iras de Saúl,
que estuvo a punto de clavar a Jonatán contra la pared con una lanza. Aun
después de esto, Jonatán continuó sus estratagemas para salvar la vida de
David. Hicieron entre los dos un pacto sagrado de apoyo mutuo y se juraron
amistad y fidelidad. «Jonatán hizo jurar también a David por la amistad que le
tenía, porque lo quería con toda el alma» (1 S 20,17). Una de las páginas más
dramáticas de la Biblia es la narración de la despedida de los dos jóvenes, en
un clima de clandestinidad. No pueden hablarse sino en voz baja, y las lágrimas
tienen que suplir a las palabras. «David salió de su escondite, cayó ante
Jonatán a tierra, postrándose tres veces; luego se abrazaron llorando los dos
copiosamente. Jonatán le dijo:
"Vete en paz. Como nos lo juramos en el nombre del Señor, que el Señor sea
siempre juez de nosotros y de nuestros hijos"» (1 S 20,41-42). Ya no
habrían de verse nunca más en la vida. Cuando, años más tarde, David se
enteró de la muerte de Jonatan y de Saúl en la batalla de Gilboé, compuso una «qinah», una elegía por su muerte, que tiene como
estribillo: «¡Cómo cayeron los héroes!»
En ella dedica un recuerdo emocionado a su amigo Jonatán: «¡Cómo sufro por ti,
Jonatán, hermano mío! ¡Ay, cómo te quería! Tu amor era mejor para mí que
amoríos de mujeres» (2 S 1,26) Sólo los que nunca han experimentado en su
propia vida un auténtico cariño limpio entre amigos sospechan que en la relación
entre los dos jóvenes había un componente sexual. El miedo a la homosexualidad
en nuestra cultura ha llevado a inhibir cualquier tipo de expresiones de afecto
entre amigos del mismo sexo.
El
hebreo carece de una única palabra equivalente al término español «amigo», al
latino «amicus» o al griego «philos». Tiene sin duda una gran variedad de
términos para la relación de amistad, pero ninguno de ellos cubre en su
totalidad el mismo campo semántico de la palabra española «amigo».
La relación de amistad se puede expresar en
hebreo comúnmente mediante la palabra REA, un término muy frecuente pero que
desborda el campo de la amistad. La mayor parte de las veces no tiene una
connotación afectiva o íntima, sino que se utiliza para designar al «vecino» o
al «prójimo». Pero en algunas ocasiones el término REA sí equivale a nuestro
concepto moderno de «amigo» e incluye matices de afectividad propios de una
amistad íntima. Otro término usado para designar la relación de amigo es
el de 'OHEB, el participio del verbo amar, usado de forma sustantivada. En
varias ocasiones aparece la bina «compañeros y amigos», en la que rea' equivale
a simple compañero, y `OHEB designa un tipo de relación más íntima (Pr 18,24;
Sal 38,12; 88,19...).
La palabra 'ALUF aparte de otras connotaciones
militares, designa también un tipo de relación íntima de amistad entre dos
hombres (Pr 16,28; 17,9), y también entre hombre y mujer. Existe también
el término YADID, que se usa casi exclusivamente en un sentido religioso para
designar la amistad divina, la predilección de Dios. Benjamín es el amigo del
Señor (YEDID YHWH Cf Cf 33,12). Pero cuando la Biblia hebrea quiere expresar
con más claridad el concepto de «amigo íntimo», «amigo especial», acude a
términos compuestos tales como «amigo del alma» (yedid nephesh: Dt 13,6),
«comensal» (el que come mi pan; el hombre de mi confianza), «el que me da la
paz» ('ish shelomi: Sal 41,10), «mi confidente» (metey sodi: Jb 19,19). Quizás
el texto en que aparece una mayor redundancia de términos para expresar amistad
e intimidad es el salmo 55,14-15. Traduce Alonso Schókel: «mi camarada, mi
amigo y confidente, a quien me unía dulce intimidad»; literalmente habría que
traducir: «mi igual, mi amigo, mi conocido, con quien compartía la dulzura de
mis confidencias».
Con el influjo del helenismo acabó imponiéndose
la palabra philos en toda la literatura intertestamentaria escrita en griego y
en los escritos del Nuevo Testamento. Los últimos libros sapienciales, y sobre
todo el Eclesiástico, reflejan ya esta influencia cultural del helenismo. Lucas
hará del término philos una clave evangélica para expresar la correcta actitud
hacia los pobres. En el paganismo no existía el concepto de la limosna, y Lucas
trata de exhortar a la generosidad hacia el pobre tratando de incluirlo
dentro del círculo de los amigos, para hacerle así beneficiario de la
generosidad que caracterizaba a esta relación de amistad. Los amigos de
Dios La amistad entre David y Jonatán es sólo una plataforma de
lanzamiento para elevamos a considerar la amistad de Dios con el hombre.
Tampoco esta vez esperemos encontrar en la Biblia un tratado sistemático sobre
el Dios amigo. La Escritura contiene una teología narrativa. Más que hablarnos
de cómo es Dios, nos narra el modo que tiene de comportarse con el hombre. Casi
todos los vocablos hebreos analizados en la sección anterior son utilizados en
la Biblia para referirse a la relación especialísima de amistad de Dios con el
hombre, sobre todo con algunos de sus elegidos.
Así se nos dice que Abrahán fue «amigo de Dios».
«Entregaste esta tierra a la estirpe de Abrahán, tu amigo» ('oheb: 2 Cr 20,7).
«Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo» ('oheb:
Is 41,8). «Abrahán se fió de Dios, y se le apuntó en su haber, y se le llamó
"amigo de Dios"» (St 2,23). Esta denominación arraigo en la
literatura rabínica. La especial amistad de Dios con Abrahán se basa en la
confianza mutua que existió entre los dos, en el hecho de que Dios no hiciese
nunca nada sin antes consultar a su amigo, y en el poder de intercesión que
Abrahán tenía ante Dios. También Moisés es llamado «amigo» de Dios
(reaf). «YHWH hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su
amigo» (Ex 33,11). Esta familiaridad de trato es el rasgo más específico de la
amistad bíblica. En esto se diferencia Moisés de otros profetas que son también
portadores de la palabra de Dios. «Cuando hay entre vosotros un profeta de
YHWH, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños. No así con mi
siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en
presencia y no adivinando contempla la figura de YHWH» (Núm. 12,6b-8).
Benjamín, uno de los hijos de la esposa amada de Jacob, es designado también en
las bendiciones de los doce hijos de Jacob como «amigo de YHWH (yadid) que
habita tranquilo; el Altísimo cuida de él continuamente, y él habita entre sus
hombros» (Dt 33,12). Este «habitar entre los hombros» puede ser originalmente
una indicación de carácter geográfico, ya que la palabra katef puede designar
tanto «hombro» como «ladera de montaña». Pero más adelante ha pasado a expresar
una cercanía física que denota solicitud y cuidado. Muchos han visto en
Benjamín, amigo predilecto de Dios, la figura del discípulo amado en el
evangelio de San Juan, el que estaba reclinado entre los hombros de Jesús (Jn
13,23.25). Igualmente Israel, en sentido colectivo referido al pueblo
entero, recibe también el nombre de «amigo de Dios».
Lo que
el pueblo de Israel descubre en todos los ejemplos que hemos reseñado es un Dios
amigo, bien dispuesto hacia el hombre. Los libros sapienciales nos
describen la «filantropía» de la sabiduría divina. «La sabiduría es un espíritu
amigo de los hombres» (Sb 1,6; 7,23). El término «filantropía» -amor al hombre-
pertenece en rigor a la cultura helenista y no aparece hasta los últimos libros
de la Biblia, pero el concepto está presente ya desde el principio de la
revelación. En el Nuevo Testamento, los ángeles de Belén anunciaron la
básica buena disposición de Dios hacia los hombres, la «paz en la tierra para los
hombres de la eudokia, (buena voluntad divina); los hombres hacia quienes Dios
está bien dispuesto (Lc. 2,14). La carta de Tito nos revela que «apareció la
bondad de nuestro Dios y Salvador y su amor al hombre (filantropía)» (Tit 3,4).
Pero estos textos neotestamentarios en realidad no son ninguna sorpresa. Todo
el Antiguo Testamento ha sido ya testigo de esta amistad de benevolencia que
Dios siente hacia el hombre.
Uno de los rasgos más característicos de los
buenos amigos es la capacidad de disfrutar de la presencia mutua, de pasarlo bien juntos. En
compañía de los amigos es fácil pasar un rato agradable. No importa tanto lo
que se haga cuanto el simple jugar, bromear, charlar, pasear... El Dios amigo
del hombre es el que disfruta de la compañía de Adán, el que baja al jardín a
la hora de la brisa para darse un paseíto con él (Gn 3,8). Es también el
que esta a la puerta y llama: «Si alguno me oye y me abre, entraré en su casa y
comeremos juntos» (Cf Ap 3.20). Su mayor deseo es compartir la cena con el
hombre, la cena «que recrea y enamora». «Ardientemente he deseado cenar con
vosotros esta Pascua» (Le 22,15). La comensalidad es, por tanto, otro de los
rasgos de la amistad bíblica. Amigo es el que comparte la mesa. Por eso la
traición de Judas durante la cena fue un sacrilegio contra el misterio de la
amistad en su expresión más sagrada. «Incluso mi amigo en quien yo confiaba,
que compartía mi pan, sobresale en traicionarme» (Sal 41,10). El gesto del
bocado que Jesús da a Judas en la última cena de Juan es signo de la amistad
traicionada (Jn 13,26-27); simboliza a la vez el don gratuito del amor y la
perfidia de la traición.
Otro rasgo expresivo de la amistad divina es la familiaridad
en el trato. Acerca de Moisés se nos dice ante todo que hablaba con Dios cara a
cara, «como habla el hombre con un amigo» (33,11). Después la misma Biblia tratará de atenuar esta
audacia diciendo que en realidad Moisés no veía la cara de Dios, sino sólo su
espalda (Ex 33,23). Hay que esperar al Hijo único, el Amado, el que mora en el
seno del Padre. Sólo él contempla eternamente la gloria del rostro del Padre, y
por eso la ha hecho brillar sobre nosotros, de modo que nuestros ojos
contemplen la gloria que Moisés no pudo ver (Jn 1, 14.17). Uno de los rasgos
que caracterizan al discípulo amado, según san Juan, es precisamente el hecho
de recostarse en el pecho de Jesús.
Caracteriza también a los amigos el deseo de
presencia, de estar cerca de uno del otro. Jesús quería tener a sus amigos
juntos con él (cf Jn17,24) tuvo como que «arrancarse de ellos», como se arranca
una espada de la vaina, según el significado del verbo griego (Lc. 22,41).
Uno de los sufrimientos mayores para el hombre es la soledad, el verse lejos de aquellos a quienes ama. En la lista de las tribulaciones del justo sufriente se menciona con frecuencia esta lejanía como una de las mayores causas de sufrimiento: «Mis amigos y compañeros se alejan de mis llagas, y hasta mis familiares se mantienen a distancia» (Sal 38,12). «Has alejado de mí a amigos y compañeros, y mis conocidos son las tinieblas» (Sal 88,19). «Tienen horror de mí mis íntimos, y los que yo amaba se vuelven contra mí» (Job 19,19).
Pero quizá, de todas las características de la
verdadera amistad, aquella que la Biblia ha subrayado más ha sido la confidencialidad. El amigo es,
ante todo, el confidente, aquel para quien uno no tiene secretos: «Eras tú mi confidente,
mi amigo, con quien era dulce compartir los secretos» (Sal 55,14-15). También
este rasgo es propio de la amistad divina. Abrahán es amigo de Dios en su
condición de confidente: «¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que voy a
hacer?» (Gn 18,17; cf. Am 3,7). Dios consulta con Abrahán antes de
decidirse a actuar con Sodoma y Gomorra. En esta misma línea, no es extraño
descubrir en el Nuevo Testamento que Jesús llama a sus discípulos «amigos»
precisamente porque son sus confidentes, los depositarios de sus secretos
más íntimos: «Ya no os llamo siervos, sino amigos, porque el siervo no sabe lo
que hace su amo. A vosotros os llamo amigos, porque os he comunicado cuanto
escuché a mi Padre» (Jn 15,15). El amor es también compasión, la capacidad
de sentirse afectado, de entrar en comunión con los sentimientos del amigo,
sus penas y alegrías. San Pablo lo definió magistralmente: «Reír
con los que ríen y llorar con los que lloran» (Rm 12,15). El Dios de
la Biblia es un Dios empalico, bien lejano del Dios
impasible de la metafísica. Los impasibles no pueden ser verdaderos amigos. «He
visto la opresión de mi pueblo en Egipto. He oído sus quejas contra los
opresores, me he fijado en sus sufrimientos» (Ex 3,7). Quizás el icono más
expresivo de estas lágrimas del amigo sean las lágrimas de Jesús por su
amigo Lázaro. Es el versículo más breve de toda la Escritura; sólo tres
palabras: «Y Jesús lloró» (Jn 11,35). El más breve, pero quizás el más
significativo. Dice un refrán: «Podrás olvidar a los que rieron contigo, pero
nunca olvidarás a los que lloraron contigo». Jesús llora al ver las
lágrimas de Marta y de María; no llora con lágrimas mansas, sino que se estremece
sollozando Dos veces seguida¡ se refiere el cuarto evangelio a los sollozos de
Jesús. Esos sollozos fueron tan intensos que la gente no pudo por menos que comentar: «¡Cómo lo quería!» (Jn
11,35). Las lágrimas han revelado lo profundo de la amistad de Jesús hacia
Lázaro y su familia. En las tumbas israelitas aparecen con frecuencia los
«vasos de lágrimas». Son pequeños recipientes de cristal estilizados, en los
que se guardaban las lágrimas derramadas, estos pomos se depositaban en la
tumba como testimonio de amistad sincera. Las lágrimas son calientes, tienen energía. Dios
guarda nuestras lágrimas en su odre (Sal 56,9).
Amigo es también aquel ante quien me puedo
mostrar como verdaderamente soy, sin necesidad de maquillarme, dada la aceptación
total y absoluta que recibo de él. El amigo es el espejo donde me miro. Dice un
texto de las Odas de Salomón: «He aquí que nuestro espejo es el Señor. Abrid
los ojos y miraos en él; conoced cómo es vuestro rostro y proclamad la alabanza
del Espíritu».
Los dos
libros principales que abordan el tema de la amistad en la Biblia son Proverbios y Eclesiástico. Hablando en general, diríamos que
los pensamientos sobre la amistad en Proverbios muestran una visión más
recelosa y utilitaria. Junto con otras frases más positivas, abundan en el
libro las referencias a los inconvenientes que en la excesiva generosidad. Se
nos adviene sobre el peligro de confiar demasiado en los demás. 19,15).
La amabilidad en las palabras es muy importante
para conservar a los amigos: «La boca amable multiplica sus amigos la
lengua que habla bien multiplica las afabilidades» (Si 6,5). «Quien tira
una piedra aun pájaro, lo ahuyenta;
quien afrenta al amigo, rompe la amistad» (Si 22,20). Otra de las cosas que pueden
destruir la amistad es la incapacidad para guardar los secretos y las
confidencias del amigo (Cf Si 27,16-17). La confidencialidad es unos los rasgos
más preciosos de la amistad bíblica. No se nos olvide que una de las razones
que Jesús los llama amigos a sus discípulos es precisamente por el hecho de
haberles revelado todos los secretos de su Padre.
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