«Al crecer
la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
Queridos hermanos y hermanas:
Como todos los años, con este mensaje deseo
ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y
lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al
crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Los falsos profetas.
¿Qué formas asumen los falsos profetas? Son como «encantadores
de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a
las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Otros falsos profetas son esos «charlatanes»
que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios
que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a
los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar
y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por
una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y
rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores
no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la
dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Cada uno de nosotros, por
tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente
amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no
quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las
que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de
Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Preguntémonos entonces:
¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican
que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros? Lo que apaga la caridad es
ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10);
a esta le sigue el rechazo de Dios y… Todo esto se transforma en violencia que
se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras
«certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el
extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
¿Qué podemos hacer?
La Iglesia, nos ofrece
en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el
ayuno.
El hecho de dedicar más
tiempo a la oración hace
que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos
a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro
Padre y desea para nosotros la vida.
El
ejercicio de la limosna nos libera de la
avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es
sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un
auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que
siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de
compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión
que vivimos en la Iglesia… Cada limosna es una ocasión para participar en la
Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a
un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se
deja ganar por nadie en generosidad?
El ayuno, por último,
debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión
para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos
que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra,
expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la
vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al
prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia
nuestra hambre.
El fuego de la Pascua.
Emprendemos con celo el
camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en
muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el
corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que
podamos empezar a amar de nuevo.
En la noche de Pascua
reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene
del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea
litúrgica. «Que la luz de Cristo,
resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro
espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los
discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos
con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo
corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
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