Las apariciones fueron disponiendo el corazón y
el pensamiento para entender las escrituras, con la llegada del Espíritu Santo
la comunidad discipular se constituye alrededor de Jesús. Con el Espíritu Santo
la comunidad se libera del miedo y de la estrechez de mirada, otorgándole confianza,
seguridad, paz y alegría. Ya no hay excusa para la misión, ellos son los elegidos
quienes tienen que seguir la causa de Jesús, ellos tienen que perdonar y dar la
vida como el maestro.
El soplo de Jesús los esparce por todo el mundo
pero será el Espíritu Santo quien los pone en movimiento para crear y recrear
la vida. La misión será dura porque se tendrá que luchar con estructuras de opresión
y dominación.
Solo desde el Espíritu es posible el perdón. ¿Por
qué la insistencia de Jesús en el perdón unido al soplo del Espíritu? Primero
Dios es perdón con muy mala memoria para recordar los pecados de sus hijos – así
lo hizo ver Jesús en la parábola del Hijo Prodigo- Como buen Padre amoroso
quiere que aprendamos a amar de tal forma que seamos capaces de perdonar (Cf Sofonías
3,14-20).
En el Espíritu Santo nos reconocemos que somos
pecadores (Cf 1 Jn 1,8-9), el pecado deshumaniza, conduce a la muerte, nos hunde
en la oscuridad. El pecado rompe la armonía, debilita la fuerza moral. El perdón
que nace el Espíritu Santo es la otra cara del amor. Los seres humanos no
podemos vivir sin perdonar, necesitamos perdonar y ser perdonados. Nadie es tan
santo que no tenga que pedir perdón, ni tan ofendido que no pueda ofrecerlo. Cuando perdonamos y
somos perdonados la vida se llena de alegría y felicidad.
Cuando asumimos el perdón desde el Espíritu
Santo, es una victoria sobre un pasado aprisionado que es obstáculo en el
presente. En el perdón hacemos que la vida deje de estar regida por el dolor
del ayer y no se necesita del odio y del
resentimiento para obtener de la vida menos de lo que merecemos o queremos.
Poner en práctica el perdón es decirnos: ¡basta! Quiero ver el futuro sin lastimar
a más personas.
Cada persona es libre para perdonar o no, cada
uno establece la medida del perdón, pero sin olvidar que con la medida que
midamos se nos medirá (Cf Lc. 6,36-38). No olvidemos que pedimos y exigimos el perdón
para nosotros, mientras somos crueles para los demás y no sabemos que de esta
forma buscamos nuestra condenación.
Las pequeñas y grandes ofensas es bueno
sanarlas cuanto antes, porque si la palabra de tu boca y el pensamiento que la
genera y la sostiene sino se cortan al principio arrancaran toda la paz del
alma.
En pentecostés se suele resaltar mucho el don
de la glosolalia o don de lenguas; tenemos una contraposición de la lengua del Espíritu
a la lengua humana. Hay palabras que alientan y dan vida, suscitan el ánimo y
fortalecen la vida esa palabra viene del don de lengua del buen espíritu, pero
hay otra palabras que hunden el abismo (Cf Sta. 3,5-6; Si 28,18). Cuando se
tiene mal aliento algo pasa en el estómago, cuando se tiene una mala palabra es
señal que algo pasa en el corazón y nos nada bueno. A meno profundidad de espíritu
que se tenga, más abundan las palabras vacías.
En resumen a medida que el perdón es más
profundo, el recuerdo de la ofensa es menos molesto. En el perdón se debe
evitar recordar al ofensor la culpa, porque el perdón es liberar no humillar ni
muchos menos demostrar superioridad del que perdona. El perdonar es un aprendizaje
que el cristiano ha de beberlo en la palabra, en la oración y abierto al Espíritu de Jesús
No hay comentarios:
Publicar un comentario