sábado, 14 de mayo de 2016

RECIBAN AL ESPIRITU SANTO Lc. 20,19-23


Las apariciones fueron disponiendo el corazón y el pensamiento para entender las escrituras, con la llegada del Espíritu Santo la comunidad discipular se constituye alrededor de Jesús. Con el Espíritu Santo la comunidad se libera del miedo y de la estrechez de mirada, otorgándole confianza, seguridad, paz y alegría. Ya no hay excusa para la misión, ellos son los elegidos quienes tienen que seguir la causa de Jesús, ellos tienen que perdonar y dar la vida como el maestro.

El soplo de Jesús los esparce por todo el mundo pero será el Espíritu Santo quien los pone en movimiento para crear y recrear la vida. La misión será dura porque se tendrá que luchar con estructuras de opresión y dominación.

Solo desde el Espíritu es posible el perdón. ¿Por qué la insistencia de Jesús en el perdón unido al soplo del Espíritu? Primero Dios es perdón con muy mala memoria para recordar los pecados de sus hijos – así lo hizo ver Jesús en la parábola del Hijo Prodigo- Como buen Padre amoroso quiere que aprendamos a amar de tal forma que seamos capaces de perdonar (Cf Sofonías 3,14-20). 

En el Espíritu Santo nos reconocemos que somos pecadores (Cf 1 Jn 1,8-9), el pecado deshumaniza, conduce a la muerte, nos hunde en la oscuridad. El pecado rompe la armonía, debilita la fuerza moral. El perdón que nace el Espíritu Santo es la otra cara del amor. Los seres humanos no podemos vivir sin perdonar, necesitamos perdonar y ser perdonados. Nadie es tan santo que no tenga que pedir perdón, ni tan ofendido  que no pueda ofrecerlo. Cuando perdonamos y somos perdonados la vida se llena de alegría y felicidad. 

Cuando asumimos el perdón desde el Espíritu Santo, es una victoria sobre un pasado aprisionado que es obstáculo en el presente. En el perdón hacemos que la vida deje de estar regida por el dolor del ayer y no se necesita del odio  y del resentimiento para obtener de la vida menos de lo que merecemos o queremos. Poner en práctica el perdón es decirnos: ¡basta! Quiero ver el futuro sin lastimar a más personas.

Cada persona es libre para perdonar o no, cada uno establece la medida del perdón, pero sin olvidar que con la medida que midamos se nos medirá (Cf Lc. 6,36-38). No olvidemos que pedimos y exigimos el perdón para nosotros, mientras somos crueles para los demás y no sabemos que de esta forma buscamos nuestra condenación. 

Las pequeñas y grandes ofensas es bueno sanarlas cuanto antes, porque si la palabra de tu boca y el pensamiento que la genera y la sostiene sino se cortan al principio arrancaran toda la paz del alma.


En pentecostés se suele resaltar mucho el don de la glosolalia o don de lenguas; tenemos una contraposición de la lengua del Espíritu a la lengua humana. Hay palabras que alientan y dan vida, suscitan el ánimo y fortalecen la vida esa palabra viene del don de lengua del buen espíritu, pero hay otra palabras que hunden el abismo (Cf Sta. 3,5-6; Si 28,18). Cuando se tiene mal aliento algo pasa en el estómago, cuando se tiene una mala palabra es señal que algo pasa en el corazón y nos nada bueno. A meno profundidad de espíritu que se tenga, más abundan las palabras vacías.


En resumen a medida que el perdón es más profundo, el recuerdo de la ofensa es menos molesto. En el perdón se debe evitar recordar al ofensor la culpa, porque el perdón es liberar no humillar ni muchos menos demostrar superioridad del que perdona. El perdonar es un aprendizaje que el cristiano ha de beberlo en la palabra, en la oración y abierto al Espíritu  de Jesús

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EL RUIDO DE LA PALABRA

Toda reflexión es producto de la sonoridad de la palabra