Hemos llegado a tercer domingo de
adviento y la palabra de Dios nos invita a comprometernos de verdad para que las situaciones de muerte comiencen a cambiar, el punto que más insiste
es dejar temor, llenarnos de júbilo y alegría.
El gesto más característico de un
cristiano será alegría unida a la benevolencia y un dialogo espiritual que se
hace petición y suplica a Dios (Cf Flp 4,4-7).
La figura más característica que
nos pone en el camino del compromiso, de superar las situaciones de muerte
es Juan el Bautista que anuncia y
proclama la justicia de Dios. En su anuncio reclama la conversión, que es
cambiar el modo de actuar, de pensar, volverse a Dios, en rigor es un cambio total
que va más allá de las palabras, de ideas
o gestos de cultos. El compromiso por cambiar –nos recuerda este adviento- no
tiene privilegios para nadie.
Juan el Bautista no pide que se
abandone la profesión u oficio, sino que se debe ser justo en el trabajo y la
profesión, porque ambos contribuyen a crear un mundo justo y fraterno.
En Lc 3,10-18, la pregunta que
hacen las personas, los publicanos y los soldados implica la ética y la
moralidad de la solidaridad y valores del Reino de Dios: ¿Qué debemos hacer? ¿Qué tenemos que hacer?
El pueblo está dispuesto acoger
la indicación de Dios y llevar a la práctica en la reciprocidad de bienes (túnica
y comida). Los publicanos, que eran los más odiados ya que trabajan para los
romanos como recaudadores de impuesto, son los primeros disponibles para la conversión
al descubrir su infidelidad de corrupción. Luego los soldados, que están al
servicio de los armas y son los que sostienen el poder de la muerte y el miedo,
se les pide una ética profesional realista y posible, que no está basada en la extorsión
y la muerte. Quiero hacer memoria de las palabras de San Romero (Obispo
Asesinado 24 de marzo 1980) y que son propicias para esta toma de conciencia
que el adviento nos pide:
“Yo quisiera hacer un
llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a
las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos,
son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una
orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice:
"No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra
la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que
recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden
del pecado…”
El bautismo del Espíritu Santo, es la salvación integral del ser humano
en participar en la vida de Dios. El texto nos pone dos elementos naturales cuando
habla bautismo del espíritu: viento y fuego. Digo viento –aunque sin forzar el
texto es tácito- que permite separar la paja del grano y el fuego que quema lo
que no sirve. El Espíritu nos pone en el
umbral de un pentecostés de misericordia.
¡Hasta pronto amigos y amigas!
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