viernes, 3 de septiembre de 2010

Quien no se separe de todos sus bienes no puede ser discípulo mío

Autor: Lourdes C. Ramirez - Equipo Biblíco.

TEXTO.
Lc 14,25-33
25. Gentes numerosas marchaban con él. Dirigiéndose entonces les dijo: 26.Si alguien viene a mí y no odia a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y por añadidura a su propia persona no puede ser mi discípulo. 27. Todo el que no lleva su propia cruz, y no viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío. 28. Porque ¿Quién de vosotros, queriendo construir una torre, sentándose primero, no calcula el gasto para saber si hay con que llevar a cabo su empresa? 29. No sea que, habiendo puesto los fundamentos, no tenga medios de acabar la obra, y todos los que lo observan comienzan a burlarse de él, 30 diciendo: “Ese es el hombre que comenzó a construir y que no tuvo los medios para acabar la obra”. 31. ¿O que rey, marchando contra otro rey para emprender la guerra con él, sentándose primero, no deliberará para saber, si es capaz con diez mil hombres ir al encuentro de aquel que avanza contra mi con veinte mil hombres?. 32. Si no, mientras esta todavía a distancia, le envía una embajada y le pide las condiciones de paz. 33. Así pues, cada uno de vosotros que no se separe de todos sus bienes no puede ser discípulo mío.


REFLEXION

Lucas traza la imagen de Jesús como la de un hombre de Dios, sabio, profeta, lo menciona siempre en una actividad itinerante, viene de una marcha común o de un banquete y siempre en su andar mantiene sus enseñanzas, las cuales las menciona unas veces chocante otras veces intrigantes, de amor o de odio. En su llamada del “sígueme” no tiene vacilaciones, compromete a sus oyentes a tomarse el tiempo necesario para reflexionar.

El texto se divide en seis partes, que pone en evidencia tres enseñanzas enmarcada en una evocación de una situación y por ultimo una exhortación que no se menciona en este evangelio. Se observa aquí la huella lucana, la marcha de la gente, la actitud de Jesús, recuerda el viaje a Jerusalén. En que no solo es necesario venir a mí sino que también es necesario marchar conmigo y rompe con el pasado, no es posible tener el corazón dividido, estar detrás y delante a la vez. No se puede servir a dos amos a la vez, por lo que el discípulo tiene que saber escoger o saber elegir y para saber elegir hay que saber renunciar y sobre todo saber separarse.

Así como las sentencias sobre el odio y la cruz, están construida sobre la subordinada hipotética de que no pueden ser discípulos míos, sugieren una preocupación progresiva que a pesar de ser distintos, en el v. 33 los agrupa y acaban de la misma manera.

El verbo “odiar” choca y desconcierta en el texto, pero refleja un término semítico y las lenguas semíticas se expresan en contraste con lo que nuestras lenguas dicen en sentido comparativo de preferencias, además en el termino en griego significa (afeken) “dejar”. Por lo tanto Jesús no propone condenar o abandonar a la familia, para favorecer el desarrollo personal. El evangelio no habla de “hacerse discípulo” ya que el termino sugeriría que eso depende de nosotros, el termino es “ser discípulo” lo que quiere decir ser aceptado por el Maestro. Para lo cual hay que estar aquí y no en otro sitio, atento y no distraído, dispuesto a aprender no solo la sabiduría humana sino la divina. Para que la adhesión y su comunión sean verdaderas y duraderas, hay que añadir como complemento ineludible la separación de lo que mas llevamos en el corazón, por lo tanto aquí el odio no es un sentimiento sino un acto. Así que cuando se haya realizado la ruptura se permitirá el amor incondicional al prójimo, ya que entre los parientes de Cristo y criaturas de Dios no existen los sistemas cerrados, de familias.

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EL RUIDO DE LA PALABRA

Toda reflexión es producto de la sonoridad de la palabra